Giacobbe

Antes que el caballo de Michele se enfermara no le había hecho mucho caso. Quería inscribirme a un concurso de poesía. Hablé con Stefano. El escribía como un dios. Escribía muy bien cuando estaba mal. Michele andaba a caballo: el único hebreo que va a caballo que he conocido en vida mía. Nos encontramos después de varios años en casa de Michele. Su caballo había caído en depresión. Pasamos una noche entera hablando en la cocina. Los tres habíamos cambiado. Regresamos a hablar de ángeles recordando la banda con la que ensayábamos bajo la cantina de la casa de la abuela: “Los ángeles azules”. Pasamos tres meses de ensayos peleando por el nombre. Dárse un nombre…, qué extraordinario esfuerzo. En torno a la botella de grapa reencontramos el gusto por los vaticinios. Abrí el libro, Stefano señaló con el dedo a Michele dándole la tarea de leer: “Le preguntó: Cómo te llamas? Responde: Giacobbe. Quisiera curar otros caballos con esta historia. Quisiera hablarle a mi padre. Quisiera recordar tanto mis noches, esas de todos, pasadas danzando con mi ángel. He estado libre, al menos una vez en la vida lo hemos sido todos, recordárselo en los momentos difíciles hace sonreír. Me he vuelto a poner la coraza y los grandes zapatos, me he vestido del tiempo en que era un guerrero, he tornado a cabalgar las rodillas de mi padre, que es mi caballo.

Daniele Finzi Pasca, 1995.

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